Luto noir

En las últimas horas la escena literaria latinoamericana se ha visto disminuida por la desaparición de dos voces sustanciales: Rubem Fonseca y Luis Sepúlveda. 


Ambas voces estuvieron ligadas de alguna manera al género negro. Ambas trascendiéndolo desde extremos opuestos.

El miércoles 15, tras sufrir un infarto, falleció en Río de Janeiro el escritor y guionista de cine Rubem Fonseca, autor de más de una treintena de libros. Fonseca nació el 11 de mayo de 1925 en Juiz de Fora, Minas Gerais, pero fue su segundo hogar, Río de Janeiro, el paisaje que inmortalizaría en sus ficciones. Estudió Derecho y se especializó en Derecho Penal, llegando a ejercer como abogado litigante. También fue policía, comisario en el 16º Distrito Policial, en São Cristóvão, en Río de Janeiro antes de dedicarse con exclusividad a la literatura. En 1963 publica su primer libro Los Prisioneros, con el que da una patada al tablero de la literatura brasilera siendo considerado por el Jornal do Brasil como una de las revelaciones del año. Con su estilo brutal, áspero, de diálogos contundentes, Fonseca será el primero en explorar estéticamente la oralidad marginal carioca. Su narrativa urbana, cargada de violencia y lujuria amplió las fronteras del género negro a una narrativa social. Rubem veía, debajo de las definiciones legales, las tragedias humanas y conseguía resolverlas. 

El jueves 16, luego de permanecer 48 días en coma y con respiración asistida, fallecía el escritor, periodista y cineasta chileno radicado en España Luis Sepúlveda, declarado primer paciente con corona virus, COVID-19, en Asturias. Eterno militante de izquierdas, nómade y aventurero, Luis tuvo muchas vidas en una, fue asistente de cocina en un buque ballenero, cronista de policiales en la prensa chilena, preso de la dictadura pinochetista, exiliado en toda Latinoamérica, vivió con los indios shuar en Ecuador y en Nicaragua participó de la Revolución Sandinista. Fue corresponsal de prensa en Hamburgo durante 14 años y luego atravesó los mares del mundo militando con Greepeace. 

Cada una de sus experiencias alimentaba un imaginario vital que luego volcaba en sus obras. Podía utilizar tanto las herramientas del realismo mágico como las del género negro para transgredirlos, recurría a ellos para hacer memoria y combatir a quienes defienden la amnesia como razón de Estado.

Dos voces dispares que marcaron a fuego una realidad semejante, Latinoamérica siglo XX.