Sola González anduvo por Paraná, Mendoza, Buenos Aires y París. Toda su poética, si fuera posible arrancarle a cada ciudad su esencia última, puede calificar los énfasis y flujos de su obra, como si se tratara de mediciones arqueológicas: el período paranaensis, el mendocilario, el porteñario. Esos fluires internos no le escapan al lector de por lo menos dos formidables obras, que muestran la comunión de metafísica burlona y resignación ante la rúbrica de la muerte: “Aquí reposa Max Jacob” y “Tango por Des Esseintes”, donde los períodos geológicos de la poética de Sola González revelan su sostén un tanto sombrío, su cristianismo fraseado a la manera de un tango discepoliano, una idea simbolista y estoica frente al cementerio, un plañido apenas sospechado sobre el fragor de la historia y cierto surrealismo.
Sola González tomó entre sus manos los llamados políticos más impetuosos de la época, y en él, tan argentino en su sensibilidad hacia todos los fusilados, todo eso era una referencia lírica y también sublevada ante las fisionomías más complacientes de una época.